miércoles, 2 de septiembre de 2009

Ahora vienen por mi Adolfo Pedroza

Argentina Santa Fe

Un día vi por la tele como un alambrado separaba un barrio pobre de otro un poco menos pobre… pero no me importó; porque la TV a veces miente.
Ayer vi desde un tren en marcha como se construía un pequeño muro para separar un barrio de un nuevo asentamiento; pero no me importó porque yo vivo lejos de allí.
Hoy están cercando la manzana donde yo vivo y me dicen que es por seguridad. Me pregunto: ¿Seguridad para quién? Y luego me digo ¿No será tarde para pensar el por qué de los cercos y las alambradas?

Ayer fue la "moda" de los barrios privados y hoy vecinos que se reúnen y deciden cerrar calles “porque por ellas entran y salen los que le roban”. Una noche hubo un problema de salud de un abuelo del barrio y la ambulancia no pudo entrar para auxiliarlo “porque el chofer no sabía por donde se podía entrar".
Vivimos en un país con secuelas de desocupación, exclusión, abandono por parte del estado de los derechos básicos como el trabajo, la salud, la educación y esto dejando de lado todo el circo del forcejeo político en el que ya sabemos perfectamente quien perderá. Me resisto a mirarme en el espejo 2001 por un lado y por el otro constato que estamos nuevamente frente al desafió de generar nuevas herramientas para enfrentar lo que está y lo que se nos viene.
Recuerdo que en aquel triste principio de siglo para nuestra historia de país, desarrollaba una tarea pastoral en una iglesia evangélica y ello me llevó a conectarme con médicos, sociólogos, trabajadoras sociales, sanitaristas, etc. y a descubrir juntos que lo que estaba pasando no estaba en los libros que ninguno había estudiado… Ahora que recuerdo que yo integraba un llamado “Comité de crisis” o un “Grupo de emergencia”, sin embargo en este momento pareciera que no hace falta. En aquel tiempo a las iglesias se las escuchaba (y se las usaba) y hoy sólo se les discute la cantidad de pobres… pero no me quedaré en el pasado.
Hoy estamos ante una grave situación –una vez más- y ya sabemos que dejará huellas profundas. Ya sabemos que todo esto que está pasando con los chicos preadolescentes responde a un emergente de “algo muy fuerte” que le pasa a la sociedad… perdón: “que nos pasa como sociedad”. Mientras que desde el poder se discute si es problema de empadronar los ricos o contar los pobres; la realidad nos muestra nuevamente la lucha de pobres contra pobres. En la práctica son los pobres que no tienen nada contra los pobres a los que –todavía- les queda algo.
Entonces aparecen los muros, las alambradas y, por que no decirlo, las balas. Algunos sectores dominantes se encierran en barrios exclusivos y desde allí se autojustifican porque están “desprotegidos” frente a la inseguridad que les provocan los pobres, que a su vez se convierten automáticamente en los que “ejercen violencia”. ¿A quién se le va a ocurrir pensar si antes ellos no fueron violentados? No quiero con una cosa justificar la otra… ni viceversa; trato de llevar mi pensamiento a resolver la pregunta ¿Cómo se sale de esto?
A las puertas de este enfrentamiento, que ya ha comenzado con escaramuzas de importancia y bajas en todos los bandos; es urgente volver a valorizar la solidaridad; no podemos seguir riéndonos de los políticos chantas, habrá que prestar mucha más atención al momento de elegir; no podemos tomar livianamente datos como “casi el 40% de los adolescentes de los barrios periféricos no estudian ni trabajan”; no podemos encogernos de hombros cuando nos dicen que x cantidad de personas se mueren por hambre… y la mayoría son chicos, no es cuestión de discutir el valor de x sino de que x no exista más.
Cierro tratando de abordar la pregunta que el lector se está haciendo; el rol del estado. Esta a la vista que “no da pie con bola”; habla a favor de los más débiles, pero los hospitales públicos no dan a basto; pareciera que se agotaron las balas de goma y se usa excesivamente “de las otras” (personalmente no me gustan ninguna de las dos); se crean hermosos cuadros desde el palco… pero abajo todo pinta para peor.
Cada vez el poder se va encerrando más en una gran burbuja y el lienzo final va mostrando a esa gran burbuja por un lado, varios y fragmentados muros por el otro y una que otra alambrada por allí. Sea que sea donde estemos, no esperemos que vengan por nosotros.+ (PE)
Fuente:Prensa Ecuménica

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