miércoles, 10 de noviembre de 2010

Hace 60 años Europa estableció mecanismos para defender los derechos humanos

Por Nikolai Troitski, RIA Novosti
Rebanadas de Realidad - RIA Novosti, 08/11/10.-

El 4 de noviembre es una fecha que serviría perfectamente como el Día del Defensor de los Derechos Humanos.

Precisamente el 4 de noviembre de 1950, hace 60 años, fue firmado del Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales, elaborado por el Consejo de Europa, el primer paso concreto hacia creación de un nuevo aspecto del Derecho Internacional.


Estrictamente hablando, fue un segundo paso, ya que dos años, antes la Asamblea General de la ONU, proclamó la Declaración Universal de Derechos Humanos.

Sin embargo, las declaraciones son más que palabras bonitas, buenas intenciones y recomendaciones sutiles. No en vano dicho documento fue aprobado por todos los estados miembros de la organización, incluida la URSS, donde en 1948 no se podía hablar de ningún tipo de “derechos humanos”.

En representación de la Unión Soviética, la declaración fue firmada por Andréi Vyshinski, quien se tomó la libertad de expresar su criterio crítico acerca del documento: “A pesar de ciertos avances, este proyecto se caracteriza por una serie de importantes fallos, el principal de los cuales es su carácter formal, así como la nula mención de cualquier mecanismo que pueda ayudar a la defensa de los proclamados derechos humanos y libertades fundamentales”.

Una opinión bastante atrevida y cínica, sobre todo, si se tiene en cuenta que antes de iniciar la carrera diplomática, Vyshinski ocupó el cargo de Fiscal de la URSS, lo que le permitió pisotear con total impunidad los derechos y las libertades de sus compatriotas. Sin embargo, este profesional “inquisidor de los enemigos del pueblo” estaba en lo cierto: los autores de la Declaración se pronunciaban por el bien y contra el mal, pero no establecieron ningún mecanismo que permitieran hacer realidad los principios formulados.

Por el contrario, el Convenio de 1950, estableció estos mecanismos: para el control del cumplimiento de las obligaciones asumidas, el Consejo de Europa debió crear la Comisión de Derechos Humanos y el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. En la actualidad, ningún país europeo puede ignorar la opinión de este organismo internacional.

Por supuesto que hace 60 años ni se soñó con semejante envergadura; el Convenio se destacó por su enfoque realista y, a diferencia de la Declaración proclamada por la ONU, ni siquiera pretendió abarcar a todos los países europeos. No es nada sorprendente, el documento fue firmado exclusivamente por aquellos Estados que se propusieron cumplirlo en serio. Alemania, por ejemplo, tardó algún tiempo en unirse a los países firmantes.

Con todo y eso, la realización de los principios del Convenio en el Viejo Mundo llevó su tiempo y necesitó de bastantes esfuerzos. El documento entró en vigor sólo 3 años después de su firma, la Comisión de Derechos Humanos se instituyó, pasados 4 años, y el Tribunal de Estrasburgo empezó a funcionar 9 años después.

Este largo proceso tuvo su lógica: eran los años 50, las economías sufrían las secuelas de una devastadora guerra y el mundo estaba dividido en dos partes enfrentadas.

En el momento de la firma del Convenio en un extremo de Asia ardía la guerra de Corea que amenazaba con desencadenar la Tercera Guerra Mundial… En este contexto, la observación de los derechos humanos difícilmente podía gozar de prioridad. Por otra parte, precisamente esta condición del mundo dividido en dos bandos y la Guerra Fría acabaron por darle importancia primordial al tema de los derechos humanos.

Las acusaciones referentes a la violación de los derechos y libertades de los ciudadanos se transformaron en una potente arma usada por los países occidentales contra la URSS. Este recurso empezó a aprovecharse “en concreto” ya en los años 70, sobre todo después de que la Unión Soviética firmó en Helsinki, el Acta Final de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa.

Para mediados de los años 70, en la Unión soviética y otros países del campo socialista se formaron grupos no demasiado numerosos de disidentes, cuyos miembros, enérgicos y perseverantes, se empeñaron en luchar por los derechos humanos. En la práctica, sus actividades estaban minando los regímenes socialistas, lo que les venía de maravilla a los políticos occidentales que no dudaron en aprovechar las organizaciones para la defensa de los derechos humanos, de la Comisión de Derechos Humanos y del Tribunal de Estrasburgo para ampliar las zonas de su influencia.

Ello no quiere decir que todos los disidentes soviéticos fueron “agentes del Occidente”. Simplemente, sus intereses estratégicos coincidían con los principales objetivos formulados en el Convenio: prohibición de la tortura, libertad de desplazamiento, de conciencia y de reunión, prohibición del exilio forzoso de los ciudadanos, etc. Casi todas estas libertades se infringían a diario en la URSS y en otros Estados del campo socialista.

Cuando los políticos de Europa Occidental echaban en cara esas violaciones a los políticos de los países socialistas, éstos ya no podían alegar una “injerencia en los asuntos internos de su país”. No había opción: el Acta Final de la Conferencia de Helsinki, firmada por todos los participantes, estableció con mucha claridad que los derechos humanos no se consideraban un asunto interno de las partes firmantes.

Al mismo tiempo, en la noble tarea de la defensa de los derechos humanos se empezó a involucrar la política entre comillas, con su hipocresía característica y el doble rasero. Los líderes occidentales, preocupadísimos por los disidentes de la URSS, solían hacer de la vista gorda de idénticas infracciones en aquellos países que estaban en su bando en la Guerra Fría.

Entre éstos había dictadores sangrientos. Incluso circuló de una frase del presidente de Estados Unidos, Franklin Roosevelt, respecto a uno de esos líderes aliados: “es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. Y aunque los historiadores no han podido confirmar el momento cuando se pronunció esa frase, su esencia es más que cierta. Estás palabras podrían perfectamente haber pertenecido a cualquier Presidente de Estados Unidos, Primer Ministro europeo o Secretario General del PCUS.

En términos generales, el Convenio de 1950 y los documentos aprobados con posterioridad, sólo abarcaban a los países europeos, pero, gracias a esta guía, los defensores de los derechos humanos salvaron bastantes víctimas del régimen soviético. La misma idea de la lucha por la libertad promovida por estas organizaciones ayudó a mucha gente a sobrevivir. Y esto, a fin de cuentas, es mucho más importante que la ideología y la política.

Redacción: redaccion@rebanadasderealidad.com.ar






No hay comentarios:

Ir arriba

ir arriba
Powered By Blogger