jueves, 15 de septiembre de 2011

Murió "Chiquita" Constenla. Había iniciado su carrera en la revista "Damas y Damitas". En la década del 60 dirigió la revista "Che". Trabajó en Crisis, y fue interventora de Radio Belgrano con la restauración democrática. Su último trabajo fue la biografía de Celia De la Serna, la madre de Ernesto "Che" Guevara

.MARCADA POR SU EPOCA

Julia Constela
Murió "Chiquita" Constenla
La periodista falleció hoy a los 83 años durante una operación en el Hospital Italiano. Había iniciado su carrera en la revista "Damas y Damitas". En la década del 60 dirigió la revista "Che". Trabajó en Crisis, y fue interventora de Radio Belgrano con la restauración democrática. Su último trabajo fue la biografía de Celia De la Serna, la madre de Ernesto "Che" Guevara. Era viuda del periodista Pablo Giussani, autor del libro "Montoneros, la soberbia armada", con quien se había exiliado en Roma durante la última dictadura militar.
Julia Constenla había nacido nació en la provincia de Tucumán el 19 de noviembre de 1927. Maestra y periodista, "Chiquita" inició su carrera profesional en la revista "Damas y Damitas". También se desempeñó como secretaria de redacción de las revistas "Mucho Gusto", "Gente", "Crisis" y "Che".
Constenla escribió "Sabato, el hombre", una biografía sobre el escritor Ernesto Sabato, con quien entabló una gran amistad. Pero su obra más reconocida fue "Celia, la madre del Che", una biografía que revela que Celia se casó ya embarazada del futuro guerrillero. También autora de "El ser social, el ser moral y el misterio. Diálogos con monseñor Laguna"; "Medio siglo con Sabato"; "Vivir vale la pena", y "Raúl Alfonsín, biografía no desautorizada".
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 Celia la madre del Che
En un texto muy poco conocido que Guevara escribe antes de cruzar el lago Tanganica, cuando se entera de que su madre agoniza, muestra la intensidad de su relación:
"Sólo sé que tengo una necesidad física de que aparezca mi madre y yo recline mi cabeza en su regazo magro y ella me diga 'mi viejo', con una ternura seca y plena y sentir en el pelo su mano desmañada, acariciándome a saltos, como un muñeco de cuerda, como si la ternura le saliera por los ojos y la voz, porque los conductores rotos no la hacen llegar a las extremidades. Y las manos palpan más que acarician, pero la ternura resbala por fuera y las rodea y uno se siente tan bien, tan pequeñito y tan fuerte.
No es necesario pedirle perdón; ella lo comprende todo, uno lo sabe cuando escucha ese 'mi viejo'...".
Cuando Ernesto Guevara de la Serna escribe esto su madre ya había muerto, él lo sabrá unos días después. Celia de la Serna de Guevara no es simplemente la madre del Che.
Este libro la rescata del discreto segundo plano que eligió pese a que desde muy joven aceptó correr los riesgos que implicaban sus decididos compromisos culturales, éticos y políticos.
 Julia Constenla narra la vida de una persona ejemplar. Desde la cómoda infancia de una niña de "buena familia" nacida a principios del siglo XX, su educación en un elegante colegio porteño, una prematura vocación religiosa, los desafíos juveniles a la sociedad de la época, en tiempos en que el pelo corto y el cigarrillo en manos femeninas eran casi insultantes, su activo compromiso con la república española, la participación en organismos de apoyo a los aliados en la Segunda Guerra Mundial, hasta la defensa de la revolución cubana.
No aceptó las reiteradas invitaciones del Che a instalarse en La Habana, donde podía colaborar con el trabajo y la construcción de su hijo. Prefirió difundir los logros de la experiencia cubana de lejos de la isla que amaba, pese a que por hacerlo más de una vez fue atacada a balazos y soportó la cárcel y la clandestinidad estando ya enferma.
Constenla también se asoma a otras historias familiares, de esa manera puede reflejar momentos de la vida del Che vistos con la mirada de su madre.
Desde la infancia de una niño acosado por el asma, la juventud en busca de un destino, hasta madurar, compartiendo sus búsquedas con "la vieja", como la llama en la mayor parte de sus cartas, una opción de lucha, tal como lo refleja la abundante correspondencia que intercambiaron. Cuando aquel niño ya no era Teté o Ernestito, como lo llamaban en familia, sino el comandante Guevara, su madre seguía recibiendo noticias detalladas de sus esperanzas, sus pocas zozobras y, muy rara vez, algo que él mismo calificó como "nostalgia tangueril".

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