martes, 6 de septiembre de 2011

Ni un grano de maíz. De los marxismos & la revolución en Venezuela

Toby Valderrama de «Un grano de maíz» ha presentado a los latinoamericanos y a quienes seguimos la revolución bolivariana, dos joyas del sectarismo y oscurantismo marxista.

Carlos Eduardo Morreo
Pareciera que lo mismo da el burro que el gran profesor, para parafrasear a Santos Discépolo, cuando se trata de analizar la revolución bolivariana y la reflexión teórica que la acompaña. Quisiera refirme, entonces, a las ponzoñosas columnas que Toby Valderrama redactó hace pocas semanas.

Valderrama, quien ha heredado la columna Un grano de maíz de su anterior ego Antonio Aponte, ha presentado a los venezolanos y a quienes seguimos la revolución bolivariana y apoyamos la revolución en Venezuela, dos joyas del sectarismo y del oscurantismo teórico. Dos escritos de gran negligencia política, que ameritan algún tipo de respuesta.
En la columna del martes 23 de agosto «Brebajes teóricos», y la del miércoles 24 de agosto «El batallón intelectual contrarrevolucionario», Valderrama argumenta con gran ignorancia y dejadez que las figuras de Antonio Negri, Enrique Dussel, Marta Harnecker, István Mészáros, y Heinz Dieterich conforman un supuesto «batallón intelectual contrarrevolucionario». Allí Valderrama afirma que es necesario enfrentar la producción teórica de estos marxistas y filósofos y «desenmascararlas como contrarrevolucionarias».
De más está decir que los proyectos de Dussel, Negri, Harnecker y Mészáros son bastante diversos, conversan con tradiciones marxistas y emancipatorias latinoamericanas y europeas que enfatizan hechos y eventos históricos disímiles en la construcción de sus visiones teóricas, y, por lo tanto, en la interpretación del horizonte venezolano y global. Dussel, por ejemplo, desde México nos remite a la colonialidad de los últimos 500 años, a la filosofía y teología de la liberación y al proyecto de una transmodernidad como superación del colonialismo moderno occidental. Negri ha iniciado su proyecto con el operaísmo italiano de los 70, para llegar a la «multitud» que irrumpió en Seattle hace una década, y hoy en día en España y Grecia. Harnecker, desde hace 30 años en Cuba, ha estado trabajando por la construcción de una memoria latinoamericana de las luchas y experiencias populares. En cambio Mészáros, a partir del hegelianismo de Lukács, ha hecho una sistemática defensa de la teoría crítica marxista y ha remozado la propuesta del socialismo para el siglo XXI. Lo mismo pudiéramos decir acerca de Dietrich, quien ha planteado al socialismo específicamente como una economía de equivalencias, y, por lo tanto, como una puesta en práctica de cierta interpretación de la teoría del valor de Marx.
Sin embargo, no pretendo defender a las figuras que Valderrama agrupa en su batallón. Simplemente diré que se hace patente a lo largo de las dos columnas, que Valderrama escribe desde una posición de gran ignorancia teórica. Así, por ejemplo, una de las tesis que Valderrama le adjudica al batallón intelectual íntegro se refiere a sus posiciones con respecto a la toma del poder (estatal) y la posibilidad de la revolución. Según Valderrama, la posición del batallón «… desprestigia la toma del poder, inventan diez mil cosas para evitarlo». Muy grosera la simplificación, ciertamente. Pero también habría que preguntar —y con las mismas palabras de Valderrama—, ¿en Venezuela ya hemos tomado el poder? Es decir, ¿qué significa tomar el poder para Valderrama? También es curioso, en este sentido, que entre los integrantes del batallón contrarrevolucionario de Valderrama no se mencione a John Holloway, quien en su Cambiar el mundo sin tomar el poder (2002), ha planteado una tesis que leyéndola mal y muy por encimita, pudiera parecerse a la tesis que Valderrama le adjudicó a su batallón.
Todo esto me lleva a preguntar lo siguiente: ¿Por qué Valderrama ataca sin evidentemente comprender lo que estas posturas tan diversas dentro del marxismo contemporáneo representan? ¿Qué es lo que efectivamente se propone? ¿Será acaso esto un reflejo dogmático, una reacción más o menos fanática, que se expresa ahora que Heinz Dieterich se deslinda con una ráfaga de notas publicadas en Kaosenlared.net y en la prensa mexicana? ¿Una forma de atrincheramiento e incomprensión ante el hecho de que Chomsky, entre otros, critique al gobierno por sus desaciertos en el caso de Afiuni?
El punto es que me preocupa lo que ha escrito Valderrama dada la verdadera hegemonía en el proceso bolivariano que sus reflexiones han alcanzado, explicable en parte por lo longevo de su columna. En su redacción vemos, día tras día, el desprecio que siente por la «nueva izquierda» y la diversidad de los movimientos sociales. Esto se hace evidente cuando declara, por ejemplo, en contra de Porto Alegre y Chiapas. Escribe Valderrama: «…Porto Alegre consiguió distraer por años las fuerzas revolucionarias, Chiapas fue esperanza desvanecida en el miasma de estas teorías». El problema es que Valderrama y aquellos que interpretan el momento político venezolano y global a su manera, insisten en conducirnos al callejón sin salida que sería olvidar el profundo fracaso del marxismo clasista de la tercera internacional (1919-1991), e ignorar la necesidad, tanto en Occidente como en los espacios del capitalismo periférico, de superar aquella caduca interpretación de la lucha contrahegemónica.
Valderrama tilda esta perspectiva que apoya los movimientos sociales, la democracia y, por lo tanto, el poder popular de «reformismo distraccionista», a la cual él contrapone una supuesta y verdadera «profundización de la Revolución». Lo revolucionario para Valderrama se opone a la nueva izquierda, la cual, repito, se vincula precisamente con la amplia respuesta a la crisis del marxismo clasista después de Lenin. Me pregunto, ¿qué opinión le merecen, por ejemplo, el Frente Nacional Campesino Ezequiel Zamora, el Movimiento de Pobladores y Pobladoras, la Corriente Revolucionaria Bolívar y Zamora, y la multitud del Bloque Socialista Unido de Liberación Homosexual, entre otros?
Si en Venezuela el camino de la revolución ha sido electoral y democrático, esto se debe, en buena medida, al debate de la nueva izquierda que Valderrama ahora pretende desalojar. Pero es este, más bien, un debate que ahora nos toca profundizar, no correr. La revolución debe ser democrática.
El movimiento crítico, el movimiento de superación/negación —Aufhebung, según Hegel y Marx— del presente capitalista y colonial no se logra obviando la historia y atrincherándose en slogans. Quizás las palabras de Valderrama sirvan para rellenar el vacío de una conciencia expropiada —porque esa es la verdad del capitalismo— y distraen la atención de la realidad, pero el hecho es que nada se avanza ignorando las verdaderas contradicciones del presente y de la misma revolución.
En las columnas que he indicado, Valderrama no reflexiona críticamente, presenta más bien un performance de reflexión marxista. Pero el punto es que los efectos de este siniestro performance nos dejan muy mal parados. Hacen aparentar la existencia de un debate crítico que busca fortalecer al proceso venezolano, pero efectivamente lo tapona, y así, columna tras columna, día tras día, ayuda a clausurar la revolución como superación/negación del presente. Valderrama está radicalmente desubicado en el mundo que percibe en su grano de maíz. Ningún proyecto serio de libertad social se puede sintetizar en unas frases que consuelan el malestar que produce la diferencia y la heterogeneidad de los movimientos de lo crítico.
Carlos Eduardo Morreo
http://texto3.blogspot.com/

 

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