martes, 13 de diciembre de 2011

Keynes y el euro

Fernando Esteve Mora - EconoNuestra
Toda la zona euro es hoy por hoy un desastre económico y lo seguirá siendo porque el sistema monetario europeo basado en el euro está, de entrada, mal diseñado. Esa es la opinión, creo, que hubiera tenido John Maynard Keynes de haber vivido en estos tiempos. Keynes murió en 1946, por lo que hablar de lo que hubiera opinando sobre un fenómeno actual como es la unión monetaria europea es más que arriesgado. Con seguridad ni se imaginó algo semejante a una Unión Europea ni una moneda común, ni menos aún, que fuese Alemania quien dirigiese los destinos de una y otra. Y, sin embargo, me voy a atrever a pensar y decir lo que Keynes, de haber vivido en estos tiempos, pudiera haber pensado y dicho acerca de cómo se ha desarrollado el proceso de construcción de la unión monetaria europea a tenor de lo que dijo en Bretton Woods. Creo que Keynes hubiese hallado al euro y su zona un experimento fallido y potencialmente destructor. Veamos

En 1944, en la Conferencia de Bretton Woods convocada para diseñar un sistema monetario internacional para después de la II Guerra Mundial que sortease los problemas a los que había conducido el sistema previo basado en el patrón oro en un contexto de depresión económica, Keynes se lanzó con una propuesta extraordinariamente novedosa y valiente que, sin embargo, fue rechazada en la medida que planteaba una suerte de “globalización” de tipo no imperialista (aunque en aquel tiempo el mero concepto de globalización no existía como tal) a diferencia de las globalizaciones anteriores en las que la internacionalización de los intercambios comerciales se había basado siempre en la existencia de algún poder imperial que le diese los necesarios fundamentos políticos, militares o de seguridad y monetarios o financieros.
El imperio británico era para todos el ejemplo más inmediato y evidente del mecanismo a seguir para crar un orden monetario internacional. Pues bien, frente a esta posición, el Plan Keynes, como ha sido llamado, buscaba constituir un orden monetario que fundase un sistema de intercambios internacionales de tipo multipolar, no basado en un poder de tipo imperial. Como es bien conocido, su plan no fue apoyado en la medida que suponía una alternativa al Plan White, el propuesto por los EE.UU., cuya puesta en marcha dio origen a un orden monetario internacional cuasiimperial centrado en el dólar y en la capacidad hegemónica norteamericana en los campos económico, militar y político que el mundo ha vivido en los últimos setenta años.


En su plan, dicho de modo simplificado, Keynes proponía la creación de una nueva moneda internacional, el llamado “bancor”, moneda que sería usada para ajustar las transacciones financieras internacionales en el marco de una nueva institución supranacional, la International Clearing Union (ICU). La ICU emitiría el “bancor” que sería intercambiable por la moneda de cada país a un tipo de cambio fijo, aunque ajustable o revisable en determinadas circunstancias. El “bancor” por tanto serviría como medio de pago en las relaciones internacionales dentro de la ICU, que actuaría así como una cámara de compensación. Cada país tendría abierta una cuenta en la ICU en “bancores” para ajustar sus pagos internacionales, de modo que cada bien exportado añadiría “bancores” a esa cuenta por su valor, dado el tipo de cambio, y cada bien importado, restaría. A cada país, se le asignaría en su cuenta en la ICU una dotación inicial de “bancores”, es decir, una liquidez para llevar a cabo los ajustes requeridos en sus transacciones monetarias internacionales. Si, como consecuencia de sus relaciones económicas internacionales, la necesidad de “bancores” de un país superaba esa dotación -es decir, cuando ese país tenía un déficit en su balanza de pagos- se vería entonces obligado a solicitar de la ICU una financiación adicional para responder a sus obligaciones por la que debería pagar intereses. En consecuencia, los países en déficit tendrían un claro incentivo en reducirlo buscando los mecanismos para incrementar sus exportaciones. Pero estaba claro que los países deudores también podían reducir su déficit de otra manera nada aconsejable como era disminuyendo sus importaciones vía planes de ajuste internos que redujesen sus niveles de renta interior, su producción y sus niveles de empleo. Esto no era deseable pues reducía la demanda hacia otros países, y por tanto los niveles de producción y empleo de estos. Dicho con otras palabras, la persecución del equilibrio externo a través de una política contractiva en los países deudores era un auténtico absurdo pues llevaba el riesgo de deprimir la economía mundial. Y era aquí donde estaba la clave del plan de Keynes. Pues era el caso que Keynes incluía en el proceso de ajuste también a los países acreedores, a los países con excedentes comerciales (y que por tanto acumulaban “bancores” en su cuenta en la ICU). Proponía para ello que se cargara un interés a los países acreedores por los excedentes en “bancores” que superasen determinados niveles. En consecuencia, también los países con excedentes comerciales tenían así un incentivo en aumentar sus importaciones para eliminar sus excedentes en “bancores”.

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