miércoles, 25 de enero de 2012

Paraguay: Seducción y trampa del electoralismo - José Antonio Vera

Horacio Cartes, nuevo patrón del Partido Colorado
Cuando faltan 15 meses para la elección del futuro Presidente de la República, casi todas las diferentes familias políticas paraguayas están invertidas en una afiebrada carrera electoralista, en la que sobresale una complicada puja por encontrar el candidato con más posibilidades de victoria, sacrificando la necesaria propuesta programática, cuya escasez podría estar ofuscando en forma creciente a la ciudadanía.

El Partido Colorado, el de mayor adherencia, con un millón 200 mil afiliados, protagonizó el sábado último una Convención que resultó un nuevo y penoso espectáculo, tipo riña de gallitos, en confesión inocultable de que la derrota, en la victoria, necesita diferentes atracciones para mantener el interés de sus seguidores. Pan y circo, en definitiva.
De 859 asambleístas designados para la Asamblea, sólo faltaron 20, mayoría elegida en mérito al mejor tono adulador a la cadena de mando, cuyos jerarcas se comportaron con la prepotencia, esa que alimenta la holografía y la fascinación del poder a algunos personajes, “esos que viven gracias a que los demás no saben”, como dijo el vasco iconoclasta y gran novelista Pío Baroja.
En total, la Convención duró menos de cinco horas, más de tres absorbidas, para nada involuntariamente, por la designación del Presidente de la misma, en medio de un clima vengativo, un shopping que los vítores alquilados hicieron insoportablemente denso, en grosera verticalización de la política.
La estrella principal, aunque abucheado por momentos, fue el nuevo patrón del Partido, el empresario Horacio Cartes, sindicado cabecilla de una rosca delictiva narco traficante, según informe preparado por la embajada estadounidense en Argentina, ordenado por el Departamento de Estado, difundido el mes pasado por Wilkileaks.
Co-signatario del Movimiento Honor Colorado, para muchos Horror Colorado, Cartes optó en la asamblea por jugar el papel de hombre con autoridad, perfil que tiene acogida en parte de una población que ha vivido bajo el autoritarismo durante 60 años, táctica que significó abrirse de su mentor político, el Senador Juan Carlos Galaverna (Calé), en un hecho que probablemente no pasará desapercibido en la política nacional este año.
Histriónico, hiriente, excesivamente vanidoso, habituado a comandar y confesarse autor de cuanta trapisonda legislativa y jurídica a cometido el Partido en estos 22 años de transición de la tiranía estronista, Galaverna salió humillado de la Convención, sumando apenas 14 % de los votos en la aspiración de presidirla, frente a 68 de Cartes.
Flagelado casi como Santa Isabel en el medioevo, un Calé amonestado frente a la masa, esa que lo veneró durante años, no tuvo más remedio que lanzarse a calificar de “patrón rico y caprichoso” a Cartes, “un recluta en política que quiere ser más que su Coronel, y que se cree Dios”.
Zacarías Irún, un numerario a prueba de tentaciones, y otro contrincante con aspiración presidencialista, impulsado por su caciquismo en Ciudad del Este, el mayor centro paraguayo del contrabando, en la triple frontera con Brasil y Argentina, se sumó a su “enemigo” Galaverna, diciendo que Cartes es “prepotente, arrogante, soberbio, un jefe que ordena para ser obedecido, sin alma ni corazón”.
El circo mostró a jerarcas y seguidores absolutamente descolocados ante la hora que vive el pueblo paraguayo, sus necesidades, expectativas y decepciones, donde se extinguen los artificios y las homilías se hacen sin contrición, habilitando un hábil posicionamiento en la política de una derecha ultraintegrista y un retorno de la masonería, con atildados piragües, que cultivan la misma esmerada apariencia honorable de la época que oficiaban de activos delatores de militantes e indiferentes, consejeros en la represión y torturas.
La Convención resultó un llamado a no recordar la responsabilidad de la dirigencia colorada en las atrocidades sufridas por el pueblo paraguayo en los últimos setenta años, estupor que urge contrarrestar en la sicología popular, afinando la memoria colectiva, desafío que los conductores del proceso de cambios, iniciado hace tres años y medio, aún tienen tiempo para superar.
El Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA), la pata con más votos al interior de la Alianza Patriótica para el Cambio (APC), que ungió Presidente a Fernando Lugo el 20 de abril del 2008, también atraviesa una coyuntura interna muy complicada, que deberá resolver en su Convención de abril próximo.
En ello se enfrentarán tres fuertes corrientes, una que encabeza el Presidente del Directorio, el Senador Blas Llano, el más consecuente de todos los cabecillas liberales con el programa de Gobierno, una intermedia de un ex Ministro resentido, y la última es creación del Vicepresidente Federico Franco, confeso francotirador del proceso.
Aliado circunstancial es todo el fragmentado abanico de partidos izquierdistas y progresistas, movimientos sociales y organizaciones campesinas y sindicales, que en número de 19 integran el Frente Guasu (Grande), urgido a unificar fuerzas, superando su espíritu parcelario y de secretismo elitista, de solitario parlamento que, sin autocrítica y rectificación, puede aislarlo de la ciudadanía.
Planea la impresión, en distintos ámbitos de la vida paraguaya, que en las dirigencias democráticas y progresistas del país, falta la decisión de arriesgar lo que se tiene en aras de construir un futuro mejor, compromiso superior que peligrosamente empañan algunos obnubilados por las tentaciones de los cargos, que andan exhibiendo máscaras de satisfacción por el deber cumplido, funcionarios andróginos y glaseados, especie de madrastras que han adoptado la línea política sin quererla.
Algo alentador, en dirección de los intereses más legítimos del pueblo paraguayo, en medio de este incierto panorama político, es la decisión, recién anunciado por el Frente Guasu, de intensificar este año su apoyo a las medidas sociales que impulsa el Gobierno de Lugo, en particular la Reforma Agraria, en uno de los países del mundo más injusto y desigual en la tenencia de tierra, con 300 mil familias de labriegos sin un palmo para producir su alimentación, frente al 2.5 por ciento de los 6.5 millones de habitantes, que acapara el 86 % del territorio cultivable.

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